Usted está esperando un autobús en la estación de Buenos Aires, y a la par suya unas jovencitas ríen, hablan y dan bromas en otro idioma. Puede ser lengua bribrí o guaymí, vaya usted a saber. ¡Hay tantos colores y tanta riqueza cultural en el SUR de nuestro país…! Usted se acerca y respetuosamente les pregunta qué lengua hablan: es lengua cabécar, contestan con su habitual timidez.

El SUR de nuestro país es una realidad que la nación costarricense aún no ha terminado de descubrir. Por su historia, por su diversidad étnica, por su riqueza humana y cultural vale la pena hacerlo. A veces parece que al cruzar el cerro Buena Vista, mejor conocido como cerro de la Muerte, e ir más allá de Pérez Zeledón, nos encontramos en otro país, así de impactante, diverso y hermoso.

Fueron los meseteños, cartagos, heredianos, alajuelenses, josefinos, los que construyeron nuestra imagen de nación costarricense. Después los maestros fueron por todo el país y nos enseñaron a ver la patria de ese modo. Pero ¡cuidado! los meseteños no habían comprendido aún todo el territorio. El SUR era para ellos aquella lejana región, casi inalcanzable del territorio nacional a donde no podían llegar todavía. En el Valle Central estaban los Carrillo, los Mora, los Acosta y los Guardia. En el lejano SUR estaban los indios, eran “los limítrofes…” como les diría el propio Braulio Carrillo (Guevara y Chacón, 1992: 40). El SUR era una “región de refugio” donde se afincaban los indios, los chiricanos y los perseguidos, al margen de la nación.

Y todavía hoy estamos DESCUBRIENDO EL SUR