Palabras de la Dra. María Eugenia Bozzoli.

Potrero Grande, Buenos Aires (7 de marzo de 2009).

 

Presentación del libro “Historia y tradición de Potrero Grande”.
Autor: José Luis Amador.  Editorial EUNED 2008.

 

… Se ha producido un estudio que va a ser de lectura obligada para quien desee ahondar en el acontecer humano, no solo de Potrero Grande, de Buenos Aires o de sus chiricanos, sino también de la Región Brunca o Pacífico Sur, pues este libro tiene esos alcances regionales, narrados los hechos y los juicios en lenguaje ameno, accesible para cualquier persona que le guste leer.

 

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El libro se concentra en un siglo de acontecimientos aproximadamente, de principios del siglo XX hasta el presente, aunque por supuesto hay referencias a hechos ocurridos con anterioridad. Se refiere a inmigrantes chiricanos asentados en esta área, fundadores del pueblo, y la cultura que los caracterizó, es decir sus costumbres en la construcción de viviendas, en su forma de alimentarse, sus cultivos y otras formas de ganarse la vida, sus formas recrearse y muchos otros aspectos de su cultura campesina, por cierto muy ligada a la cultura indígena, también campesina, de esta parte del país, lo cual aparece bien indicado en la obra.

En el segundo lustro de los mil novecientos treinta empiezan a relacionarse los chiricanos con los otros inmigrantes, los que venían del Valle Central, conocida entonces esa área como Meseta Central, quienes aportaron otra modalidad de cultura campesina y nacional. Los residentes ticomeseteños fueron pocos al principio, aumentaron especialmente después de 1950.  Las dos poblaciones se mezclaron, convivieron sin problemas, su encuentro fue pacífico.

Potrero Grande estuvo muy aislado en su devenir, no obstante llegó a ser una próspera micro región. La economía, que en gran medida era autosuficiente, de autoabastecimiento, que caracterizó el lugar, digamos, hasta los mil novecientos cincuenta, permitía vivir con austeridad, pero no con escasez.  Los testimonios de los mayores que aparecen en este libro pintan una vida que en general los satisfacía, les deparaba muy buenos ratos, abundan los ejemplos de solidaridad y reciprocidad entre ellos; aunque el libro también da cuenta de los conflictos, la cotidianidad parece haber sido normal, los extraños fueron bien recibidos.

De pronto sucede algo inesperado, se siente el shock. Una viene encantada de leer tanto detalle sobre la vida campesina que a algunos de nosotros nos gusta tanto, pero en el cuarto capítulo se llega a una parte del libro muy diferente. Los años setenta y ochenta traen un colapso a la comunidad, declina la economía, la crisis causa migración, la gente emigra pero no necesariamente para encontrar mejor vida en San José, sino en los barrios muy pobres de la capital, el huracán Juana trae mucha desdicha, Potrero Grande pierde territorio al formarse otros distritos, el lugar no escapó a las corrientes económicas y políticas públicas que arruinaron la vida del pequeño y mediano agricultor en el país, sobre todo a partir de los años ochenta.

 

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El libro concluye con los esfuerzos de la gente, que en los campos nunca se da por vencida, para superar esa situación, en la que aún se encuentra.  Siempre aparece un pensamiento sobre el futuro, que se desea mejor.  Es así como que se impone aquel espíritu chiricano original de los primeros decenio del siglo XX, que José Luis  Amador relata en estos dos párrafos (p. 47-48):

 

“Se dice que a finales del siglo XVIII, un “viajero ilustrado” dejó escrito que la mayoría de los  habitantes de Chiriquí eran “incultos y sin doctrina, puesto que muy pocos sabían leer y escribir, aun tratándose de jueces o  miembros del Municipio.  Juan Franco, que así se llamaba este viajero, “deplora la falta de cultura de los habitantes del poblado, el alto índice de analfabetismo…”. Sin embargo, admite que se sintió especialmente admirado por la destreza de los vaqueros chiricanos y su esmero para cuidar sus reses y dejó escrito que, a tono con estas labores, se daban sus diversiones, entre las que mencionó las corridas de toros, las carreras de caballo y las competencias de lazo.  Franco describió “el arte de vaquear” de los chiricanos y admiró la destreza de los vaqueros en la práctica de “una actividad que él llama antigua, ya en el siglo XVIII” (Osorio 1988:240)”.

“Hoy, cuando leemos el testimonio de aquel lejano viajero que pasó por tierras chiricanas, caemos en la cuenta de que si bien muchos de aquellos hombres no sabían escribir, eran en realidad poseedores de una rica cultura fuertemente orientada hacia la ganadería, la autosuficiencia y la alegría de vivir, y que estos son rasgos todavía presentes en el modo de ser de los chiricanos. El aporte de los chiricanos a nuestra cultura costarricense y específicamente a la cultura del sur de nuestro país, es un legado de cotidianidad, de convivencia, que nos dice cómo lazar un caballo, cómo preparar un guiso, o bien, cómo traer alegría a la vida con un acordeón, una copla y una saloma.

¡Y qué buena cosa es todo eso para un pueblo!”.

 

Mesa principal del acto de entrega del libro “Historia y tradición en Potrero Grande” de José Luis Amador. A la izquierda don René Muiños y doña xx de la Editorial UNED. A la derecha la antropóloga María Eugenia Bozzoli y el Director de la Escuela de Historia de la Universidad de Chiriquí, señor Agustín Martínez. La bandera chiricana sobre la mesa. Atrás las banderas de Costa Rica y Panamá.

Mesa principal del acto de entrega del libro “Historia y tradición en Potrero Grande” de José Luis Amador. A la izquierda don René Muiños y doña Katya Calderón Herrera de la Editorial UNED. A la derecha la antropóloga María Eugenia Bozzoli y el Director de la Escuela de Historia de la Universidad de Chiriquí, señor Agustín Martínez. La bandera chiricana sobre la mesa. Atrás las banderas de Costa Rica y Panamá.