Un maestro y un policía ticos en un pueblo de chiricanos

En 1934 llega a Potrero Grande de Buenos Aires, Puntarenas, el maestro Francisco de Paula Amador, costarricense. Don Pacho, como le dicen en Potrero, todavía hoy recuerda la travesía. “Ese lugar estaba completamente aislado de todo Costa Rica, ni aquí en San José sabían donde quedaba esa escuela. Había que ir a Puntarenas, coger la lancha… Llegar al Pozo, hoy ciudad Cortés, entrar por el río Grande de Térraba y después subir a pie como nueve horas”. En Potrero Grande todas las personas, excepto el policía que lo estaba esperando, eran de origen chiricano. Puede decirse que un joven maestro y un policía, “hombre descalzo de la época, bastante ignorante y mal vestido por la necesidad, pero muy sencillo y muy amable, José María Soto se llamaba”, eran toda la representación del Estado costarricense en aquella pequeña sociedad de chiricano-panameños.

No existía todavía un núcleo de población, los pocos ranchos estaban dispersos. “Te puedo dar los nombres de las personas, porque a mí nunca se me olvidan. Es que fueron muy amables. En el 34 no había pueblo, estaban diseminados. Solo dos estaban cerca: Augusto torres, a la par estaba Águedo Víquez, como a los 500 metros por un trillo estaba Marco Moreno, después estababa Martín Serracín, Gertrudis Lezcano, después estaba Martín Avilés,  muy amigo mío. Como a un kilómetro seguía Rafael Santos, uno de los hijos era Juan Manuel, después de Juan Santos, está Martín Castillo, creo que todavía vive” (…) Venían de diferentes lugares, de Chitré, de Divisa, que se ubica antes de Santiago de Veragua y después de David. También venían de Concepción, Bugaba, de las Tablas. Guido Miranda era el que más salía, a caballo, hasta David. A traer ropa… Otros chiricanos emigraron hasta San Isidro de El General. Ahí estaba una familia Reyes Ceciliano y en Volcán los mayores… Marcelino Beita.

A la llegada del maestro, los potrereños construyeron un rancho para la escuela. “Llegaron doce o trece mujeres y varones entre los ocho y los dicieciocho años. Las primeras lecciones que les di yo, fue la cuestión de la moral de la persona y después de la religión.”

Don Pacho observó que en aquella localidad existía un enorme potencial para la producción de arroz, cuya comercialización se hacía mediante una peligrosa travesía en bote por el río Térraba hasta el Pozo, hoy Ciudad Cortés. Decidió entonces hablar con un empresario de apellido Macaya, que prestaba servicio de transporte aéreo a Buenos Aires y Pérez Zeledón y le propuso entrar con sus avionetas hasta Potrero Grande. “Hacéme el favor… Yo vivo en Potrero Grande, ese lugar tiene una producción exagerada de arroz que la hacen pilando… ¿Vos sabés lo qués?   ¾ comenta con su voz casi inaudible por los años ¾ ¡Lo ponían en sacos de yute de ciento cuarenta libras, y lo sacaban por El Pozo, por el río… ! ¾ y sigue contando ¾  ¡Junto con los muchachos de la escuela limpiamos el campo de aterrizaje…! Ciertamente, la creación de este campo de aterrizaje sería un paso fundamental en la historia  de Potrero Grande, porque activaría la capacidad productiva de la población chiricana y porque, con el tiempo, convertiría a Potrero Grande en centro de acopio y comercialización de arroz para los pueblos y caseríos circunvecinos. Sin embargo, a decir verdad, don Pacho confiesa que además de contribuir a la exportación de arroz, había tenido otra motivación, adicional, de carácter personal, para promover la ideas del campo de aterrizaje: “Entre las causales estaba el matrimonio mío con la primera señora. La necesidad inmediata de estar entrando y saliendo… (para verla).”

Don Pacho asegura que algunas personas andaban semidesnudas, ya que existían dificultades para comprar ropa y otros productos. Por esta razón convence a Francisco Esquivel, pequeño comerciante alajuelense, antiguo conocido suyo, para que se anime a establecer en Potrero Grande un almacén para la venta de ropa. “Es que no ves, le dice, que no tienen ni dónde comprar calzones…”

Muy lentamente, alrededor de la escuela y del pequeño almacén de Chico Esquivel, empezaron a agruparse las casas. Los vecinos llegaban de lugares vecinos, del otro lado del río Platanillal o las Vueltas, atraídos por la idea de que sus hijos estudiaran. No había iglesia todavía. El campo de aterrizaje permitió incrementar la venta de arroz a las bananeras, lo que en el plano económico significó alguna prosperidad incipiente. Alguna gente empezó a llegar a comprar fincas.

A su encuentro con el mundo chiricano, aquel joven maestro constata la diferencia cultural, pero pareciera que la afronta con respeto: “yo los trataba como viejos conocidos, los trataba de vos, pero ellos usaban el tú… Potrero Grande tenía su fiesta de La Candelaria igual que Concepción (Panamá), el 2 de febrero. Con vestidos, se baila… Don Pacho hace una pausa mientras busca en su mente cómo describir el baile y solo acierta a decir: ¡es una alegría! José y Claudino Grajales vivían en Potrero Grande y eran los mejores bailando el baile panameño, la cumbia y el punto. Esas fiestas eran muy bonitas. Ahí se pegaba sus soca José Beita, que era un tipo de trabajo y respetuoso”. Más tarde expresa con ironía: “El tico con su prepotencia se cree superior al chiricano… Cuando me salen con esa carajada, les digo que sí, porque (los ticos) somos indios combinados con españoles…”

 

Tomado de “Historia y tradición en Potrero Grande. Un pueblo costarricense de origen costarricense de origen chiricano Panameño”. Amador José L. EUNED, 2008