Durante el primer semestre de 1999, estando ya muy avanzado el programa de la Maestría en Antropología, me encontraba a punto de abandonar por falta de recursos para realizar una tesis. Solicité entonces apoyo al “Departamento de Planificación Ambiental” del ICE, dependencia que me propuso realizar una investigación en Curré, comunidad indígena que podría ser objeto de reubicación, en caso de llegar a construirse el proyecto hidroeléctrico Boruca.

Inicialmente me preocupó incursionar en ese espacio de tensión que se abre entre un proyecto de desarrollo y una comunidad indígena. En efecto, al momento de mi llegada, existía en la comunidad un clima de confrontación. Mi preocupación era mayor por el hecho de ser yo trabajador del ICE desde hace muchos años. Temía que la comunidad me rechazara, o bien, que el ICE me pidiera realizar labores de promoción del proyecto, lo que habría dado al traste con mi investigación. Dichosamente, el ICE no puso condición alguna sobre el enfoque de mi investigación, como tampoco mi función fue, en modo alguno, la de “promotor” del proyecto, sino la de un investigador, a quien se le facilitaron recursos para conocer, de manera respetuosa, la realidad y la cultura curreseña. Por su parte, la comunidad de Curré me trató con hospitalidad y respeto, circunstancia en la que pesó significativamente la madurez de sus dirigentes y la generosidad de ese pueblo. La actitud de estos ambos actores sociales, el ICE y Curré, me permitió, hacer un trabajo etnográfico que pretendo haya sido de interés para ambos.

Pero Curré se abrió como una flor a la orilla del Térraba. Me hizo su amigo. Y me sirvió de puerto, porque Curré siempre ha sido un puerto, para ingresar a la cultura boruca y SUR de mi país.